Madrid, 29 de mayo de 2015. José E. Ron.
En el imaginario colectivo, los Balcanes son asociados a
una idea de inestabilidad, de conflicto y cierto subdesarrollo dentro de la
propia Europa. De esta idea surge el término balcanización, cuya definición
según la RAE es la “desmembración de un país en territorios o comunidades
enfrentadas”, término utilizado para conflictos a escala mundial, proveniente
del francés balkanisation. Dicha palabra tiene su origen en la política
europea llevada a cabo en los Balcanes, con el intento de sustitución del poder
del Imperio Otomano por la creación de pequeños estados.
Los sucesos pertenecientes a las Guerras de Secesión
Yugoslavas supusieron el punto y final a la serie de los conflictos armados en
Europa durante el siglo XX.
Los antecedentes no son claros, y los autores que han
investigado sobre el tema no son capaces de encontrar los verdaderos motivos
que puedan explicar a ciencia cierta el estallido de unas guerras que
estallaron, una tras otra, en una de las zonas geográficas más conflictivas del
Viejo Continente.
Diferencias étnicas, culturales, lingüísticas, religiosas,
políticas, económicas, son las causas que comúnmente se utilizan para explicar
la muerte del Estado yugoslavo. Sin embargo no todos los autores están de
acuerdo, aduciendo a que no ven arraigados entre la población yugoslava un
sentimiento de odio unos veinte o diez años antes de las independencias. La
utilización de los mitos balcánicos, de su violencia intrínseca y de su
incapacidad para convivir, son utilizados frecuentemente por la prensa sin
tener un precisio conocimiento real de los devenires de la región.
Antecedentes:
·
Nacionalismos
balcánicos y Estados nacionales:
En primer lugar, se debe realizar una aclaración
terminológica, ya que pese a incluir la palabra “balcánicos” en el título de
este apartado, no vamos a tratar sobre todo el territorio que ocupa la
península de los Balcanes, sino sólo sobre los territorios que formaron el
extinto Estado yugoslavo.
A la hora de establecer una tipología de los nacionalismos
balcánicos a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, es necesario
efectuar una diferenciación social. En el ámbito rural, el nacionalismo se
encontraba fragmentado, en función de la religión, la etnia o las tradiciones,
que separaban entre sí a núcleos poblacionales pequeños, aunque cercanos. Es el
llamado nacionalismo “de valle a valle”,[1]
que aparecerá en regiones donde existía una mezcolanza de rasgos que
diferenciaban a dos núcleos poblacionales, como es el caso de Bosnia. Por otro
lado, nos encontramos con la élite intelectual urbana, con los maestros, el
clero o los altos funcionarios, todos ellos con aspiraciones de crear un Estado
nacional que superara las contradicciones de ese nacionalismo “de valle a
valle”. Para ello forjaron toda una serie de imágenes, proyectos, ambiciones
etc., que en definitiva supusieron la creación de los mitos nacionalistas
balcánicos.
Cronológicamente, existen importantes diferencias en el
desarrollo histórico de los territorios que conformaron las repúblicas de la extinta
Yugoslavia.
Montenegro, gracias a su orografía perfecta para la guerra
de guerrillas y al apoyo de otras potencias europeas, consiguió zafarse de la
dominación otomana, guerreando contra los turcos durante cuatro siglos. Al
extinguirse la dinastía gobernante en 1516, se convirtió en una entidad
político-religiosa gobernada por obispos ortodoxos. La consolidación del Estado
se inició en 1852, con su transformación en principado y culminó en 1910 con la
creación del Reino de Montenegro, que amplió sus territorios, consiguiendo
tener frontera con Serbia tras las Guerras Balcánicas de 1912-1913. Desde 1914
se inició el proceso de anexión, culminado tras la I Guerra Mundial, con la
unión al llamado Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos.[2]
Serbia estuvo ocupada por el Imperio Otomano desde finales
del siglo XIV; como resultado un gran número de serbios emigraron fuera del
Imperio Otomano, consolidando las minorías serbias en Bosnia y Croacia, que
tanto influirán en los conflictos de finales del siglo XX. Muchos serbios se
dirigieron también hacia la Vojvodina, perteneciente entonces a Hungría; pero
tras la derrota húngara contra los otomanos, la población magiar en esta zona
desapareció. El Imperio Otomano permitió la libertad religiosa, y al contrario
que en Bosnia-Herzegovina, la aristocracia no se convirtió al Islam,
continuando fiel a la Iglesia Ortodoxa. La pobreza de la población serbia y la
represión turca, intensificada desde finales del siglo XVIII, provocaron dos
importantes insurrecciones durante las primeras décadas del siglo siguiente. La
primera de ellas, entre 1804 y 1813, consiguió conformar un protoestado serbio,
aplastado finalmente por las tropas otomanas.[3]
La segunda iniciada en 1815, derivó en
la creación de un Estado serbio, reconocido como principado autónomo en 1830,
tras la guerra ruso-turca.[4]
Otro resultado de las dos insurrecciones fue la rivalidad entre dos familias:
la de los Karadjordjević, heredera de de Jorge Petrović -conocido por el apodo
de Negro Jorge o Kara Jorge-, líder de la primera insurrección; y la de los
Obrevonić, descendiente de Miloš Obrevonić, factótum de la segunda
insurrección. La lucha entre estas dos familias, que derivó ocasionalmente en
el magnicidio, fue una de las fuentes principales de inestabilidad política en
Serbia.
En el Congreso de Berlín de 1878 se produjo el
reconocimiento internacional de Serbia, que abrió el camino para
establecimiento como Reino en 1882.[5]
Su rivalidad con el Imperio Austrohúngaro, destacada por la anexión de
Bosnia-Herzegovina, provocó el estallido de la I Guerra Mundial, y la invasión
del país por los austríacos. Acabada la guerra, y tras su unión con Montenegro, el Reino de Serbia se convirtió en uno de los integrantes del Reino de los
Serbios, Croatas y Eslovenos.[6]
Los croatas y los eslovenos se encontraban repartidos en
distintas regiones del Imperio Austrohúngaro. Tras el establecimiento de la
monarquía dual de Austria y Hungría con el Ausgleich de 1867, los
eslovenos siguieron dependiendo directamente de Austria, mientras que croatas y
serbios del Reino de Croacia y Eslavonia pasaron a la administración magiar.[7]
En el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos se integraron: una parte del
Ducado de Carintia, que se extendía por el norte de Eslovenia, el Ducado de
Carniola, con capital en Liubliana, el Ducado de Estiria al norte de Eslovenia
incluida la ciudad de Maribor, la península de Istria,[8]
la costa de Dalmacia y el Reino de Croacia-Eslavonia situado en la propia
Croacia y parte de Serbia, y la ciudad de Fiume, que hoy es la ciudad croata de
Rijeka. (Mapa).
La incorporación de Bosnia-Herzegovina al Imperio Otomano
en 1463 provocó la conversión al Islam de gran parte de la aristocrcia. Con su
acción, los conversos podían conservar sus tierras y privilegios feudales.
Además, el Islam tenía similitudes con la herejía bogomila, practicada en la
zona y perseguida por el cristianismo ortodoxo. Las continuas revueltas del
siglo XIX desembocaron, tras la guerra ruso-turca y el tratado de Berlín de
1878, en la entrega de las dos provincias a la administración del Imperio
Austrohúngaro, que prometió mantener la sobernía turca. La administración
austrohúngara mejoró las condiciones económicas y sociales, así como las
infraestructuras de las provincias, aunque actuó de manera despótica. Se llevó
a cabo una cierta “colonización”, con la llegada cada vez mayor de población católica -según un censo
austrohúngaro de 1910, las religiones mayoritarias en Bosnia-Herzegovina se
dividían en ortodoxos (43,5%), musulmanes (32,4%) y católicos (22,8%)-. En
1908, tras una crisis internacional, Bosnia y Herzegovina fueron anexionadas al
Imperio de los Habsburgo como provincias de pleno derecho.[9]
Macedonia, con su variada población de eslavos, turcos, griegos, albaneses, rumanos, judíos y gitanos, encarnaba en sí misma el problema balcánico. El desmoronamiento del Imperio Otomano colocó a esta región en el punto de mira de los países limítrofes, incluyéndose en los planes de la “Gran Bulgaria”, la “Gran Serbia” y la Megali Idea[10] griega.
Antes de la llegada de los otomanos a finales del siglo
XIV, Macedonia había estado bajo dominio búlgaro, bizantino y serbio. Con el
tratado de San Estéfano de 1878, gran parte de su superficie pasó a Bulgaria,
pero el tratado de Berlín devolvió la soberanía a los otomanos, que la
preservaron hasta las Guerras Balcánicas de 1912-1913, cuando el tratado de
Bucarest puso la región en manos de griegos y sobretodo, de serbios.[11]
En octubre de 1918, con la I Guerra Mundial prácticamente
terminada, y el Imperio Austrohúngaro en proceso de desintegración, croatas y
eslovenos organizaron una Junta Nacional. Poco después se transformó en el
gobierno provisional del Estado de los Eslovenos, Croatas y Serbios, aunque fue
incapaz de lograr un control efectivo de todo el territorio balcánico. Un mes
después se unieron a la nueva entidad Serbia y Montenegro, conformando ya el
Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos.
Durante los años previos a la primera unificación de los
eslavos del sur, ya había surgido entre los intelectuales de las distintas
comunidades un movimiento panyugoslavista. Sin embargo, sus defensores en cada
uno de los territorios buscaban más su propio beneficio que una unión
verdadera. Así, los yugoslavistas croatas utilizaron el panyugoslavismo como
aglutinante nacional de los sudeslavos del Imperio Austrohúngaro, para oponerse
a la magiarización que estaba llevando a cabo Hungría. En Serbia, tras la
integración nacional, la idea se utilizó para atraer a los serbios que
habitaban en los imperios fronterizos, por lo que muchos confundían
panyugoslavismo con el proyecto de la Gran Serbia. Las distintas formas del
panyugoslavimos acabaron produciendo unas relaciones de “amor-odio” entre los
distintos territorios, que no impidieron el surgimiento de un cierto sentido de
unidad.
[1]
VEIGA F., La Trampa Balcánica, Grijalbo, Barcelona, 2002, pp. 73-85.
[2] DARBY H. C., SETON-WATSON R. W.,
AUTY P., LAFFAN R. G. D., CLISSOLD S., A Short History of Yugoslavia,
Cambridge University Press, 1966, pp. 84-98.
[3]
VEIGA F., La Trampa Balcánica, Grijalbo, Barcelona, 2002, pág. 94.
[4]
Ibíd., pág. 97.
[5]
DE DIEGO, E., La Desintegración de Yugoslavia, Actas, Madrid, 1993, pp.
21-33.
[6] DARBY H. C., SETON-WATSON R. W.,
AUTY P., LAFFAN R. G. D., CLISSOLD S. op. cit., pp. 98-144.
[7]
Ibíd., pp. 35-54.
[8]
Ibíd., pp. 25-35.
[9]
Ibíd., pp. 69-84.
[10]
VEIGA F., La Trampa Balcánica, Grijalbo, Barcelona, 2002, pag. 91. “La Megali
Idea propugnaba la recuperación de todos los territorios que habían
pertenecido historicamente a Grecia o donde vivían griegos: en esencia, se
trataba de reconstruir el Imperio Bizantino, en clara competecia con las
aspiraciones rusas a una Tercera Roma”.
[11] DARBY H. C., SETON-WATSON R. W.,
AUTY P., LAFFAN R. G. D., CLISSOLD S. op. cit., pp. 144-163.
[12] SHEPHERD W. R., The Historical
Atlas, Harvard University, Massachusetts, 1911. Distribución de las
etnias en el Imperio Austrohúngaro: Eslovenos en gris. Serbios y croatas en
marrón claro.
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